10 de enero de 2009

En mi libro "Rehenes de Nuestros Sueños" quise dar una mirada distinta a la experiencia que vivimos quienes fuimos REHENES de la última dictadura militar en Argentina.
He querido contar nuestra historia desde los elementos que nos permitieron, a pesar de las durísimas condiciones que enfrentamos, sobrevivir enteros...

Sobrevivir con la Memoria y el Corazón intactos.

En este blog quiero compartir esta experiencia, con anécdotas, fragmentos de mi libro, comentarios posteriores que me llenan de satisfacción y en fin todas las "devoluciones" que recibo


Rehenes de Nuestros Sueños


INTRODUCCIÓN

Es para mí una enorme satisfacción y a la vez me llena de dudas y expectativas la posibilidad de compartir mis “tesoros”.
Una y otra vez en estos años al ver distintas películas, documentales y escritos sobre la dictadura me sentí conmovida, aterrorizada, pero no me reconocía en esas imágenes representadas, imágenes que indudablemente reflejan el aspecto más terrible de lo que a todos nosotros nos tocó vivir, pero ¿por qué será que lo que yo conservo nítido son los recuerdos de los momentos agradables? En lo profundo de mi memoria no, en ella están archivadas como en un viejo álbum de fotografías los rostros de la Sorda, de Marta y de tantas otras cuando pasaban escoltadas por los milicos en el pasillo hacia el destino que todas conocíamos. Está presente la mirada de Nora preguntándome cada noche si estaría embarazada y el horror en sus ojos al pensar que la tortura le podía dar un hijo de sus torturadores. Veo desfilar desnuda y con una escoba al hombro a modo de fusil a la Gorda... no recuerdo su nombre, sólo sé que después de todo ella sonreía y decía: “Mirá qué trágico sería si sobrevivimos a todo esto y después por la calle te pisa un auto”, y que trágico fue su presagio porque supe que murió en Francia, al poco tiempo de salir expulsada de nuestro país, en un accidente...
Tengo grabado en mis oídos los gritos de las mamás cuando al segundo día se llevaban a sus recién nacidos y no podíamos imaginar hacia dónde. Tengo la fotografía de los guardiacárceles cuando les pedíamos algo de humanidad para averiguar el destino de estos niños o que informaran a la familia para que no desaparecieran y ellos respondían sonriendo: “Mostrame una teta”, en el lenguaje de las manos que era el que casi siempre usábamos para hablar con ellos o de celda a celda. Me resuenan todavía los gritos del turco Moukarzel durante todo ese terrible día de julio, en el que hacía un frío atroz y él estaba desnudo y torturado, estaqueado en el patio para que lo oyésemos todas, mientras lloraba y suplicaba: “Soldado, soldadito, por favor matame... matame hermanito...”; recuerdo cada vez que los milicos entraban en la noche, sus gritos, su prepotencia, al que se ponía un guante con toda la parsimonia y haciéndonos desnudar elegía siempre a las mismas, las más jóvenes, con cuerpo más estilizado para “requisar” vagina y ano. Y sus destrozos: cada noche rompían colchón, almohada, frazadas, ropa... buscaban... a veces encontraban un trocito de papel, otras veces una aguja fabricada con huesos, o una manualidad, qué sé yo: “Ustedes, con una aguja hacen un cañón” -sentenciaban- y quizás tenían razón porque yo, antes de mi detención, jamás imaginé que se podía tejer con un peine, o bordar con un hueso, y hasta escribir con un cable en un trozo de papel de cigarrillos que seguramente todavía estará guardado como testimonio, como nuestro testamento, entre la masilla de alguna ventana del pabellón 14 de la Penitenciaría de Córdoba.
Son muchos otros los horrores que conservo, horrores personales o asumidos como propios al compartirlos con solidaridad, que no es lo mismo que obligados por las circunstancias.
Pero en mi corazón la historia es otra... porque con todo el horror, con todo el dolor y con toda la impotencia de cada uno de esos días, las interminables jornadas en la cárcel eran un instante porque llenábamos cada una de estas horas con infinidad de formas de enmascarar la incertidumbre y esto es lo que guardan estos cuadernos carcelarios, cuadernos que para mí, son el más rico testimonio que cuanta denuncia se puede hacer, porque cada escrito recopilado es un pedacito de vida que permitió que hoy yo esté aquí, con la memoria y el corazón intactos. Permite que me encuentre con rostros de los que apenas recuerdo el nombre y me funda en un abrazo interminable y comparta el mate, comentarios y experiencias como si juntas continuásemos compartiendo el destino. Una sola vez en estos casi veinte años de libertad sentí compartir sentimientos análogos con una persona que no había pasado por una experiencia como la de los presos políticos. Fue de casualidad, en un viaje en taxi que me tocó hacer con un ex-combatiente de Malvinas: ese día el viaje que debía terminar en cinco minutos, como todos los viajes en taxi, duró casi tres horas: de ese pibe no recuerdo el nombre, ni siquiera su cara, pero sí que en su relato de trincheras percibí que nos unía el mismo sentimiento hacia el de al lado, la misma soledad y búsqueda constante de un “compartir” que jamás encontramos fuera de nuestro círculo de “ex”...
Es que es difícil y prácticamente imposible transmitir el significado de una charla que llevó días enteros discutiendo si era justo que el dinero se distribuyese en forma equitativa para los gastos considerando que unos fuman y otros no. ¿Acaso a alguien en su sano juicio le es posible imaginar que se puede sobrevivir a cuatro o cinco años habitando en un baño con otras tres personas, sin más intimidad que la oscuridad de la noche para ordenar ideas y ansiedades?... y sin embargo para casi todas nosotras no se trató de supervivencia sino más bien de simplemente vivir creando espacios de estudio, entretenimientos, desahogos y alegrías sin pausa y sin aceptar límites externos. A todo lo que no estaba permitido, era necesario encontrarle la vuelta. Si no se puede hablar a viva voz, se habla con las manos, con un zapato, con un tarro... yo me río cuando pienso en la cantidad de lenguajes que nosotras conocemos; muchas veces la comunicación funcionaba como en un teléfono descompuesto y el “Hoy escalopes”, se transformaba al final de las filas de celdas en “Hoy está López”.
Pero... ¿Cómo se puede cuantificar el valor de esas estupideces? Íbamos al cine con el recuerdo de alguna memoriosa que era capaz de recordar cada toma como si hubiera sido el director de la película. Armábamos obras de teatro escribiendo monólogos, diálogos y adaptaciones como un Arthur Miller improvisado pero con calidad de “Oscar” a nuestros ávidos ojos. Canciones, poesías, ensayos, todo volvía a la memoria y se transformaba en material de estudio y esparcimiento hasta que los “subversivos libros” fueron permitidos nuevamente.
Y cuando la memoria se consumía y el plagio ya se había agotado volaba la imaginación y, sintiéndonos Neruda, dejábamos correr nuestro lápiz (que por suerte había perdido el calificativo de subversivo) y así desgranamos estos escritos. Muchos son cartas, seguramente la mitad sin destinatario, o mejor dicho con destinatario múltiple, porque casi era para quien quisiera leerlas; otros son cuentos para niños, inventados o maquillados para intentar llegar a los hijos que a esa altura de las circunstancias pensaban que sus mamás eran un televisor, viéndolas siempre a través de un vidrio, sin contacto y, como una vez de casualidad nos enteramos, pensando que no tenían piernas porque siempre las veían sentadas en el locutorio. Otros intentan ser poesías. Para mí casi que son un desgranar de palabras, volcadas como gotas de llovizna en una tardecita gris de otoño y nostalgia. Otros escritos pertenecen a quién sabe cuál familiar, detenido o no, que enviaba una carta y que a mí me llegaba al alma y recopilaba entre mis tesoros. Entremezclé todo esto con una noticia aislada y el análisis exhaustivo que hacíamos de ese trocito de “realidad”, o el párrafo de un libro de historia del que desmenuzábamos cada frase y cada cifra como si de ella dependiese el destino de la Patria.
Aproveché el espacio de cada renglón al máximo ya que no sabía si estaba permitido tener más de un cuaderno y cruzaba los dedos para que no se lo llevasen las patotas de guardiacárceles; intercalé estos escritos con las semillas de alguna manzana que había comenzado a germinar y que las requisas milagrosamente dejaron olvidadas. Entre medio pegué un “panadero” que un sobrinito me regaló en una de esas raras visitas de contacto. Y la ilustración de una “postal”, que Mario me hizo llegar una Navidad, con el dibujo de un rostro o los recortes de letras coloreadas con los que intentábamos hacer más amenas las cartas a los chicos.
En medio de cada uno de esos recuerdos están estas palabras de las que olvidé a algunos de sus autores y pido disculpas a todos ellos por usurparlos en esta recopilación. Si tuviera que nombrarlos, debería reconstruir la interminable lista de los presos políticos que poblamos las cárceles de la dictadura. A todos ellos va mi respeto y recuerdo. Con el corazón.
Delia